A fines del
siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, el país tenía una
estructura
demográfica joven y recibía fuertes contingentes migratorios. Pasada la
segunda mitad
del siglo XX, Uruguay ya presentaba una estructura demográfica
envejecida y
se transformaba en un país de emigrantes.
Montevideo
fue la primera capital del continente sudamericano que contó
con una red
de alcantarillado, el Estado también propició el financiamiento de grandes
obras de
infraestructura urbana como el tendido de redes cloacales y agua potable Asimismo, cuando hubo disponibilidad de
inmunizaciones (por
ejemplo
contra la viruela), el Estado organizó la vacunación colectiva de la población.
La natalidad
era alta debido a la estructura de edad joven del país,
que además se incrementaba por el aporte de la inmigración.
En la década
de 1950 la transición demográfica uruguaya ya estaba en
una etapa
avanzada mientras que varios países de América Latina recién comenzaban a
mostrar los
primeros síntomas de este gran cambio demográfico.
El lento
descenso de la fecundidad a lo largo del siglo XX fue menguando el ritmo del
crecimiento
de la población y contribuyó al envejecimiento de la estructura de edades.
Entre un
escenario y otro, Uruguay
experimentó dos grandes procesos demográficos, la primera y la segunda transición
demográfica.
En la segunda
mitad del siglo XX el crecimiento de la población continuó reduciéndose debido al descenso
de la tasa
de la natalidad y de la tasa de migración internacional. Esta última adoptó
un signo negativo de manera persistente
a lo largo del período y en algunos años la emigración
fue tan alta que el crecimiento vegetativo no logró compensar la pérdida de población,
provocando su decrecimiento.
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